Roost of the Graveborn

En un lugar donde los sueños rara vez duran...

"¿Oíste de qué aullaba ese borracho del rincón?"

"Sí, no paraba de hablar de lagartos, ratas y dragones no muertos. Es un lunático."

Normalmente, estaría de acuerdo. Pero ayer en el Bosque de la Costa, oí a dos figuras sombrías susurrar sobre un hombre lagarto escondido en Ab'Dendriel. Cuando le pregunté a Llathriel, me dijo que soy demasiado joven para esas cosas, y añadió que algunas almas hastiadas habían ido allí para entrar en la Puerta del Infierno por voluntad propia, para no volver jamás. Se rumorea que un poder ancestral se mueve tras ella. Creo que pretendía asustarme, pero lo decía en serio.

¿De verdad crees que hay algo de cierto? Bueno, entonces es hora de demostrarle a papá que, después de todo, los niños malcriados pueden ser héroes. Me apunto: matemos a algunos villanos y salvemos a algunas doncellas de paso.

Y con eso, quedaron vendidos. Dos aspirantes a aventureros, embriagados por la idea de la gloria, armados con más confianza que sensatez. Partieron antes del amanecer, con las botas aún relucientes y las espadas apenas desafiladas.

 

En otra parte del mismo bosque, otro hombre cazaba algo real.

Recordaba la historia del marinero. El lugar, el aroma, la promesa de algo antiguo y frío bajo los árboles.

Lo llamaban Scarface. El nombre llevaba décadas. El agujero en su pecho, no. La flecha de un extraño lo había encontrado días atrás; la herida aún latía como un segundo corazón.

Sus ojos tenían el brillo tenue de quien ha visto demasiado y le ha importado muy poco. Sin duda, no buscaba la gloria. Los héroes persiguen leyendas; los cazadores, sangre.

Ab'Dendriel le repugnaba. Demasiado puro, demasiado refinado, demasiado seguro de su propia bondad. Los elfos se mantenían limpios; él se ganaba la vida con lo que sus manos no tocaban: tierra, huesos y magia corrupta.

 

Esa noche, el destino, o algo igualmente insensato, tejió historias distintas.

Los dos chicos se arrastraron entre la maleza, susurrando sobre el honor y el destino, tan alto que incluso los árboles pusieron los ojos en blanco.

Entonces, un hombre emergió de la oscuridad. Scarface. Sin advertencia, sin piedad en su mirada, solo la tranquila certeza de quien ya ha enterrado a demasiada gente como para molestarse en contarla.

Se quedaron paralizados. Los observó un momento, como un cazador que evalúa a una presa enferma.

"Entonces", dijo con la voz seca como la ceniza, "¿el nigromante envía niños ahora? Sus asesinos solían ser más valientes".

Eso fue todo.

El primer chico soltó el arma; el segundo intentó hablar, pero solo logró emitir un gemido. Entonces ambos salieron corriendo, tropezando con raíces y ramas, tropezando con su propio coraje, con el pánico emanando de cada respiración. Uno de ellos rompió a llorar. Tal vez ambos.

Scarface no se movió. Los vio desaparecer en la oscuridad, escuchó cómo el ruido se desvanecía en la nada y luego negó con la cabeza.

"Patético", murmuró.

Se agazapó junto a un trozo de tierra removida. Algo reflejó la luz de la luna. Una escama, resbaladiza y recién mudada.

"El pielverde está cerca", dijo en voz baja. "Muy cerca".

El bosque no respondió. Seguía riéndose de los héroes anónimos de Ab'Dendriel.


Próximamente: Even More About Muscle and Bone.

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