En algún lugar de Vengoth.
Un asentamiento remoto, poco más que un conjunto de casas desgastadas, una posada de aspecto cansado y un mercado destartalado que se aferra a la vida.
Figuras bronceadas por el sol, de ojos hundidos, vagan por las calles polvorientas, agobiadas por las dificultades.
Entre ellas, un alma parece más a la deriva que las demás. Perdida, y ahora el centro de atención no deseada.
Un grupo de aldeanos rodea a un mendigo, con la voz alzada por la ira y las palabras cargadas de desprecio.
"¡Deberías callarte esa asquerosa boca! ¿Cuántas veces te lo hemos dicho? ¡La última vez te pasaste! ¿Ya no te bastan las ratas?"
Héroe como eres, no puedes quedarte de brazos cruzados. Ahora no.
Intervienes. Rápido y decidido. Antes de que el asaltante más cercano pueda asestar su martillo al indefenso paria, ya está desarmado. Un destello de energía, un gancho relámpago, lo azota, inmovilizándolo contra el suelo. Su mandíbula cruje con un sonido escalofriante. Los demás se quedan paralizados. Saben quién eres. Saben que no deben desafiarte. Uno a uno, huyen, desapareciendo entre los callejones y las sombras.
Diriges tu atención al anciano. Sangra por la boca, con las piernas raspadas y en carne viva.
"Gracias, forastero", dice con voz áspera. Estos necios temen a la verdad más que a la muerte. Se aferran a su ignorancia como bebés al pecho. Dime, vagabundo, ¿qué vida vale más? ¿Una vida vivida en la represión y el miedo, o una vida al servicio de la verdad, cueste lo que cueste?
"Descargan su ira sobre mí por este mal indescriptible que se ha apoderado de la tierra. Pero no soy yo quien hizo desaparecer a docenas. No, no, era verde mezclándose con gris, transformándose en algo monstruoso. Solo soy un pobre anciano."
Hace una pausa, perdido en sus pensamientos, acariciando distraídamente las crestas huesudas de sus espinillas.
"Extraño, te lo juro, si un destello más de fuerza se agitara en estas piernas, en este desgastado caparazón de cuerpo, me levantaría de nuevo. Nunca fui el más fuerte, pero nunca me ha faltado coraje. Pero tú... tú tienes ambas cosas. Fuerza y ánimo. Sé quién eres. Tu nombre llega incluso a los lugares olvidados. Y sospecho que no estás aquí por casualidad."
Algo se agita en ti. Entornas los ojos, captas la luz.
El anciano lo ve y sonríe levemente. Lo sabe.
Tiene razón. Tus instintos te trajeron aquí. Y una vez más, no te fallaron. Lo has encontrado.
Sigues el rastro de la carne, aunque persista el hedor de la muerte.
Implacable como un sabueso, los persigues. A aquellos que se esconden en la sombra, que se alimentan y corrompen. No descansarás hasta desenterrar su nido. Hasta que la línea entre el orden y el caos se difumine, hasta que la vida y la muerte no sean más que ecos que se desvanecen.
Eres el heraldo de la verdad.
El mendigo te mira fijamente a los ojos, y algo en su interior retrocede.
Aparta la mirada, conmocionado.
Ahora sabe que conoces su secreto. Sabes que la sangre en sus labios no es suya...
"No dejes supervivientes", susurra, apenas audible, previendo que está condenado.
Con un gesto casual de tu muñeca, lo pones de pie.
Tu voz es tranquila pero firme. "Muéstrame el camino".
Próximamente: ¡Reclamar poder ahora es más fácil que nunca!
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